Semifinal de Champions en el Camp Nou: Barça-Inter. Marcador parcial: 1-3.
Se trata de un
magno evento, de una cita con el futbol más letal, con el que cuenta para hacer
historia, el que da pasos adelante para la consecución de títulos, o sea, de
culminar los objetivos estratégicos por los que has trabajado a lo largo de un
año. Un club de futbol formado por personas afiliadas a una manera de entender
el futbol y la vida. En el estadio, el espectáculo es de todos y para todos, porque
los que están en el campo juegan sabiendo que lo hace especial al Barça es su
gente, su campo, la magia que se genera entre uno y otro los días grandes, como
hoy. Todos los que hemos jugado futbol alguna vez sabemos lo apasionante que
son los encuentros contra rivales poderosos, esos días en los que estar
enchufado vale doble, y que la motivación adicional en cada uno de los once se
nota en la emergencia de una jugada más sublime, de tapón que por milésimas de
segundo evitó el gol, un regate perfecto que evitó la patada del último
defensa, una estirada a brazo cambiado que roza lo suficiente un balón que iba
adentro para cambiar su trayectoria para siempre, un carril de un centímetro
por el que se le podía dar la vuelta al defensa que cubre, a su parecer, a la
perfección, la línea final… Quién sabe en ese nivel más micro del juego qué
impulsos internos, en la cabeza que dicta los movimientos precisos al cuerpo
para dilucidar ese instante perfecto, son los que alimentan la virtud. Sin duda
esa sensación que eriza los cabellos del cuello hacia el cielo la comparten el
jugador y el espectador, que se retroalimentan.
A eso vamos hoy
al Camp Nou, ellos y nosotros. A que se nos erice la piel.
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