Hoy es uno de esos días calientitos en los que el debate está donde uno lo quiere. Tanto así, que ni te das cuenta que está en marcha, desde un lugar etereo, pero autoorganizado de alguna manera en una noticia de un periódico digital. ¿Un periódico digital? ¿Y eso qué es?- habría sido la pregunta pertinente hace 10 años, pero hoy en día absolutamente todos los periódicos tienen uno, y es más, se está repensando la manera de monetizarlo después de varios intentos de estructurar un modelo de negocio tradicional a un formato rebelde y respondón, la web.
Tampoco habría sido posible hace 10 años generar un debate espontaneo a partir de una noticia, más que la típica conversación de bar que añora Quim Monzó. Curiosamente, fue su artículo el primero que vi el día de hoy referente al tema sobre los derechos de autor, la SGAE, piratas, idiotas, Ramoncín,... en fin una novela policíaca que nos tendría que meter miedo sobre el poder de la masa, como si no vivieramos en una democracia.
En fin, su artículo pro derechos de autor no llegó a los lectores de la Vanguardia, como para picarles la cresta lo suficiente. Generó unos 28 comentarios. Por otro lado, en El País, a partir de otro artículo de opinión, escrito por un expresidente de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, se ha generado un debate nutrido de interacciones: 364 comentarios, y una votación de 4,5 estrellas de cinco. El artículo reune varias características básicas de un buen drama, ya que surge a partir una respuesta del escritor Antonio Muñoz Molina a otro artículo (ya se, parece novela venezolana, pero es así) que inició este nutrido debate.
Pues bueno, si en el primer artículo Rodríguez utilizó la metáfora, en el segundo, con eso que tiene el debate público en la prensa que pica la moral, con una clase extraordinaria, defendió su perspectiva del debate:
1. Cuestiona el discurso dominante, aun y cuando si el impulsor es su partido.
2. El tipo fue un adelantado a su generación al impulsar el uso de software libre en su comunidad autónoma.
3. Expresa que no hay que ver por el interés individual, como tan repetidas veces se muestra en el discurso de los que defienden la SGAE, sino reinterpretar la forma en que entendemos los derechos a partir de la entrada de una nueva tecnología que cambia el juego mismo. Esto es trascendental, ya que como escribí ayer lo importante es pensar en el bien común, y si puede ser, encontrar vías que puedan llevarnos a una situación de win-win, más aún si el potencial puede ser tan importante, como creemos los que somos optimistas y no nos cuesta pensar en la catastrofe que nos venden por cualquier medio.
El problema es que actualmente, a pesar de cómo se encuentre la industria editorial, hay mucha gente que simplemente no lee. Los resultados en educación tampoco son como para tirar cohetes, ni en España ni en Latinoamérica. La brecha de desigualdad es una lacra para toda la sociedad, que cada vez más se topa con la incapacidad de nuestras estructuras clásicas culturales, políticas y sociales para dar solución a problemas tan complejos como la pobreza. Los políticos se mueven en ciclos cortoplacistas que responden a los intereses de su partido, y de aquellos que les hacen ganar elecciones. ¿Alguién cree que esas personas que ahora están desprotegidas pueden además seguir alienadas con una nueva brecha, ahora digital?
Sinceramente creo que la cultura no está en peligro. Considero que la incapacidad de pensar en nuevos modelos de negocio, a partir de unas nuevas reglas del juego, es lo que está nublando el debate que pretende que inhibamos una tecnología que nos permite cambiar la manera como educamos a nuestros hijos para que ellos sean capaces de avanzar más rápido en la respuesta de estos problemas que ya hoy son críticos.
Se trata claramente de un momento de cambio y de transición, que no es únicamente unos cuántos jóvenes distrayéndose con una juguete nuevo. Es curioso ver cómo los mismos medios de comunicación que critican lo que perciben como una amenza, van entrando poco a poco al juego, porque saben que no se pueden quedar fuera.
Lo mismo sucederá con los artístas, escritores, músicos, que logren disntinguir la oportunidad de la amenza, y que vean que sigue siendo posible subsistir en este otro marco de referencia.
El formato que existe no morirá, porque siempre habrá alguien, y muchos que prefieran seguir como están ahora, sólo que el filtro será la calidad. El editor no está en peligro, pero las malas editoriales sí lo están. El filtro de la calidad, del contenido, de la redacción seguirá existiendo indpendientemente del formato, y se premiará el diseño y el detalle pensado en el lector. La línea editorial será el mayor tesoro. No nos podemos permitir seguir editando todo en papel, porque tampoco es sostenible con la cantidad de contenidos que se generan.
El libro será un objeto fetiche y perfecto toda la vida, además de que no está demostrado que ha sido vencido, sino habrá que ver cuando el problema sea de capacidad de memoria para almacenar todos nuestros bits de información, o cuando el formato se muera, como los i-pods a los dos años.
Por último, el factor tiempo es trascendental. Al haber más música (porque hay más), nos tenemos que preguntar ¿cuántas veces vamos a oir una canción? ¿Cuántas veces vamos a ver una película? Tendremos más capacidad de almacenaje que tiempo para consumirla, por lo que es indispensable es crear mecanismo para filtrar lo útil de lo que no lo es, según nuestras propias preferencias.
Seguiría con el punto 4., pero ya dije todo lo que quería decir. Igual que Juan Carlos Rodríguez Ibarra, con quien concuerdo sobre esta visión de futuro. En fin, que lo que ha generado este artículo es un pequeño ejemplo de una emergencia social en forma de debate. Ahora haré de feedback looper y comentaré algo en la fuente de esta historia.
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